
Diseño editorial: un primer acercamiento a la arquitectura visual
Diseño gráfico
El mundo del fast fashion, mejor conocido en español como moda rápida, logró consolidarse en la década de los 90, emergiendo como una opción innovadora al antiguo sistema tradicional que contemplaba sólo dos temporadas para realizar sus colecciones: primavera-verano y otoño-invierno.
Al llegar los 2000, la globalización potenció esta industria, generando un incremento en la producción, la adopción de tecnologías avanzadas y la contratación de mano de obra en países en vías de desarrollo. Hasta aquí todo parecería lucir bien: se generan nuevas fuentes de empleo al mismo tiempo que se produce ropa más accesible a todo tipo de consumidores y que satisface las necesidades de los mismos. Entonces, ¿cuál es el problema?
En este nuevo artículo te platicamos cómo la industria del fast fashion se ha convertido en una sentencia de muerte no sólo para las esferas sociales laborantes, sino también para el medio ambiente. Así que, ¡quédate con nosotros! Está por ponerse interesante.
El escenario de la moda en el que hoy nos desenvolvemos está lleno de opciones; tenemos de sobra. Desafortunadamente uno de sus principales problemas implica el cambio de tendencias, es decir, de aquello que "está de moda".
En el momento en el que una prenda o ciertos accesorios pasan al olvido, dado que algo más innovador comienza a dominar el mercado y los gustos sociales, el deseo del consumidor no sólo se modifica, sino que se mueve en dirección a esos nuevos productos, aumentando la demanda de los mismos.
La creciente e incesante demanda de los consumidores, que nunca parecieran estar satisfechos, vuelve necesario para las grandes corporaciones aumentar la mano de obra con el fin de reducir los tiempos de elaboración. Así, las empresas multinacionales trasladan su producción a lugares en vías de desarrollo y con un mayor número de población. Pero, ¿por qué fabricar fuera del país de origen de la marca? Sencillo, todo el proceso se vuelve más barato.
La mayoría de los consumidores lo desconoce, o prefiere ignorarlo, pero los trabajadores que fabrican las prendas de marcas como Shein, Zara, H&M, entre otras son explotados durante extensas jornadas, bajo condiciones precarias caracterizadas por infraestructura insegura, falta de capacitación, así como la carencia del equipo necesario, especialmente para aquellos que se encuentran expuestos a químicos o sustancias tóxicas.
Entre los países que suelen ser afectados por esta problemática se encuentran Bangladesh, India y China. Las mujeres y los niños conforman los grupos más vulnerables y perjudicados por la explotación que alimenta la industria del fast fashion. Desafortunadamente, los esfuerzos internacionales que se han realizado para regular el problema a través de la creación de normas y políticas, no han sido suficientes debido a la falta de mecanismos de aplicación efectivos.
La producción masiva de textil diseñado para tener una vida útil limitada, lo que conocemos como obsolescencia programada, implica un aumento del uso de recursos, así como de desperdicio de los mismos. La industria textil es el segundo mayor consumidor de agua a nivel mundial. Para el 2030 se tienen alarmantes proyecciones de cómo su uso tendrá un incremento del 40% (Pastrana y Almaza, 2021).
Aunado a esto, en 2011 la asociación de Greenpeace documentó cómo la industria del fast fashion genera alrededor de 500,000 toneladas de microplásticos al año, los cuales terminan contaminando ecosistemas acuáticos, principalmente aquellos que son marinos.
Finalmente, algunos estudios (Vettori, Huarag, Carbajal y Riveros, 2022) afirman que sólo el 1% y 2% de la ropa que se desecha a nivel global es reciclada, el 85% es incinerada por empresas que prestan este tipo de servicios, mientras que el resto se convierte en pilas de basura que tardarán años en descomponerse.
Hay alternativas que pueden ser implementadas con el fin de reducir los estragos de la industria del fast fashion. Una de ellas es conocida como economía circular, que persigue el equilibrio entre el desarrollo económico, la justicia social y la protección del medio ambiente.
Este modelo promueve la búsqueda de alternativas sostenibles en los procesos de producción de las empresas y, de manera específica, destaca la importancia de conservar los recursos naturales al reducir la extracción de materias primas y fomentar el uso de materiales reciclados. Así, sus fases incluyen la extracción, el diseño, la producción, el consumo y el reciclaje.
Entres sus principales fundamentos encontramos lo siguiente:
Desde el comienzo del ciclo de fabricación, se minimiza el impacto ambiental de la pieza textil al concebirla como una prenda que, en un futuro, pueda ser reutilizada y reciclada. De esta forma, en la fase de gestión de residuos se reintegran en el ciclo de producción, disminuyendo la presión sobre el medio ambiente y evitando la acumulación de desechos.
El modelo actual del fast fashion prioriza las ganancias económicas sobre el bienestar social y ambiental. El objetivo es que, mediante la implementación de alternativas, se pueda guiar a esta industria hacia un modelo y práctica responsables.
La industria del fast fashion, pese a ser atractiva por su accesibilidad y colecciones innovadoras, es un claro ejemplo de cómo el deseo y consumo desmedido, así como la búsqueda de ganancias inmediatas, no sólo ponen en riesgo la vida y el bienestar de millones de trabajadores, sino también la salud y preservación del planeta que habitamos.
Pese a este oscuro escenario, alternativas como la economía circular demuestran que es posible construir un camino distinto, uno que combine sostenibilidad, justicia social y responsabilidad empresarial.
Además, somos testigos de que las batallas suelen librarse o comenzar por acciones pequeñas, o aquello que está más al alcance de nuestras manos y posibilidades, en este caso los consumidores. El papel que desempeñan en esta problemática es clave, pues ellos son los que ayudan a mantener el sistema actual mediante sus hábitos de consumo. Al hacerse conscientes y valorar la calidad por encima de la cantidad, pueden impulsar una industria textil que contribuya a un mundo justo y sostenible, sin agotar recursos ni vidas. Finalmente, ellos son las voces que escuchan las grandes corporaciones.
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